Cuatro amigas decidieron pasar sus vacaciones de primavera
en Barcelona. Lo único que sabían decir en castellano era ‘sangría’,
‘camarero’, ‘paella’, ‘guapo’ y ‘prueba de embarazo’. Lo justo y necesario para
sobrevivir en unas vacaciones con mucho alcohol y poca vergüenza. La primera
noche fue un descontrol. Bebieron hasta acabar a cuatro patas y no recordaban absolutamente nada. Se despertaron en el hotel junto a un desconocido. ¿Habían
hecho un quinteto? ¿Habían hecho una versión nueva del candelabro? ¿Y por qué les dolía tanto la
espalda a todas? Cuando se quitaron la poca ropa que les quedaba y se vieron la
espalda en el espejo, cada una se había tatuado una de las palabras que conocían en castellano. Las pobres infelices habían dado con algún tatuador
espontáneo que iría más borracho que ellas. Pero ellas eran cuatro. Faltaba una de las palabras. Corrieron hacia la cama y destaparon al desconocido. No tenía
ningún tatuaje, pero tenía pegada una nota en la frente que decía: ‘Bitches,
don’t forget to buy pregnancy test and coffee. Double sugar, please’.
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