9 de mayo de 2014
HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. EL POLILLA
Los motes ya no son lo que eran. O más bien ya ni son. La gente aparentemente se ha refinado, y hasta los Paquirrines quieren que se les conozca como Kiko. Pero durante mucho tiempo, los motes fueron una seña de identidad, como llamarse Toro Sentado en una tribu india. La diferencia es que aquí eran pandillas de niños ochenteros que se criaban en la calle, y que eran conocidos como ‘el cabeza’, ‘el oreja’, ‘el negro’, ‘el rata’, ‘la rubia’, ‘el chino’, ‘la tacones’, ‘el culebra’, y las únicas personas con derecho a llamarles por su nombre verdadero eran las madres cuando entraban en cólera por alguna de sus gamberradas. ‘El polilla’ fue uno de estos niños, que al salir del barrio comenzó a darse a conocer como Raúl. Ahora vivía en el centro, tenía un buen trabajo y una familia propia. Sus fines de semana consistían en celebrar barbacoas mirando al mar con los amigos pijales de su mujer. No estaba mal, la verdad. No podía quejarse. Parece ser que ‘el polilla’ había pasado a convertirse en ‘el mariposa’. Pero no se avergonzaba de su pasado, porque había sido la época más feliz de su vida. Y aunque sabía que la única forma de vivir de otra manera era salir de aquellas calles donde creció, siempre que iba a visitar a su madre le gustaba escuchar ‘¡Eh! ¡Cuánto tiempo, Polilla!’
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