29 de abril de 2014

HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. MI PEQUEÑA GRAN OBSESIÓN


Las obsesiones son como el sobrepeso. No se es consciente de que se tienen hasta que se está metido del todo. Y eso fue lo que le sucedió a Hannah. Comenzó revisando las cosas más de lo normal cuando salía de casa: revisaba que los grifos estuvieran cerrados tres veces, que el gas estuviera apagado, se aseguraba de llevar las llaves, el móvil y la cartera unas cinco veces, y aún así, cuando cruzaba la esquina, se daba la vuelta porque pensaba que no había cerrado bien la puerta de casa. Comenzó a sufrir un trastorno obsesivo compulsivo, pero ella lo llamaba ‘ser responsable’. Cada obsesión se acaba alimentando de la energía de la persona, por lo que Hannah se pasaba la mayor parte del día comprobando cosas. Llegó a tal punto que cada dos segundos abría su bolso para revisar que todo estuviese intacto. Sus amigos y familiares no lo entendían, y lo que más les preocupaba es que el día que perdiera las llaves por accidente, como le puede pasar a cualquier mortal, la pobre de Hannah se haría el harakiri. Eso sí, seguro que se lo haría bien, porque revisaría la herida por lo menos tres veces.

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