29 de noviembre de 2013

HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. LA LUZ OSCURA DEL UNIVERSO


Como sacado del poema XIV de Pablo Neruda, a Ra le gustaba jugar cada día con la luz del universo. Sutil visitadora, hacía a su antojo aquello que le venía en gana con ella. La intensificaba, la disminuía, la hacía cambiar de color, pero no de forma. Era suya. Y suya era la culpa de los eclipses, de las estrellas fugaces, de las perseidas. Puede no ser el superpoder soñado por todos en nuestra inocua infancia, pero carecía de importancia, porque él no lo veía como tal. Era parte de la fusión entre imaginación y realidad. Entre el todo y la nada, ahí estaba su don. Sin etiquetas. Virgen, como cuando lo encontró. Si quería enamorar a alguien, le regalaba un halo de luz dentro de una piedra de mar. Solía conquistar escribiendo letras de luz entre las montañas del oeste. Y sin embargo, después de tantos años, decidió que la luz era aburrida, siempre positiva, siempre a su lado. Si quería estar triste no podía, no encontraba la tristeza de la oscuridad. Así que dejó tirado su don en un bar de carretera y se adentró a controlar la fuerza de la oscuridad, sabiendo que sería un viaje de no retorno, porque donde hay oscuridad, no hay señales de salida.

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