25 de octubre de 2013

HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. 1000 LIBEBATIOS


Qué inocentes habían resultado ser todos al confiar en que las farolas eran simplemente parte del alumbrado público de Barcelona. Nadie, ninguno de los humanos, había prestado la suficiente atención como para darse cuenta de que, en realidad, sus cristales eran escaparates de vouyerismo para ver un espectáculo sexual entre libélulas. Con tanta pasión, desataban la suficiente luz como para recargar las farolas durante una semana entera. Y esta falta de atención se debía, en parte, a los smartphones, que hacían que todos miraran hacia el suelo y no a ellas. Así es como se explican las subidas de tensión que hacen explotar las bombillas.
Sin duda ser libélula es un trabajo deliciosamente arriesgado.

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