3 de marzo de 2014

HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. LOLA, LOLITA, LOLA


Lola era una niña muy viva, revoltosa como ninguna. Tenía unos ojos grandes que lo decían todo, y un pelo rubio alborotado en el que siempre se podía ver enredada alguna hojita. No paraba quieta ni un segundo. Le gustaba subirse a los árboles, coger los bichos con la mano, mancharse la ropa jugando en la arena… era una exploradora sin duda. Pero lo que más le gustaba en este mundo era ponerse su chubasquero azul y sus botas a juego, para no dejar ni un charco intacto. Lola creció. Creció tanto que empezó a perder la memoria. Ya no recordaba cómo se subía a los troncos, ni dónde vivían los bichos, ni siquiera se acordaba de cómo comenzar una aventura. La piel se le había endurecido, su pelo estaba bajo el control del peine y el chubasquero azul se convirtió en una clásica gabardina color adulto. Pero cada vez que llovía, se acercaba curiosa a los charcos. Se asomaba con cuidado, despacito, como si fuera un abismo, o un profundo pozo, como si le diese miedo ver el reflejo de la Lola que se perdió en el camino.

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