7 de febrero de 2014

HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. AURORA Y EL HOMBRE MAS PEQUEÑO


Entre las cuatro paredes de La Plaza Real, ocurrió lo que éticamente nunca debería ocurrir. Está avisado por todas partes. Colegios, discotecas, hospitales, parques, universidades, incluso la iglesia católica lo advierte. Sucedió una aleatoria tarde de un año cualquiera. Aurora se reunió con Gabriel para charlar. No se habían visto desde que acabara el Erasmus de la joven, y Gabriel estaba muerto por volver a ver su cabello ondulado rubio, casi oro. Sin querer, Aurora encontró en Copenhaguen una nueva realidad que la encandiló como encandila la aguja de una rueca, y Gabriel se convirtió en 3 meses en un vestigio de su antigua verdad, un vestigio que pesaba más que ayudaba. Fue el saludo más frío que jamás dio en esta vida. Tan frío que el cristal de las ventanas de la plaza empezaron a agrietarse. Su boca, alargada y tan fina como una línea recta, le pidió que se sentara. Y fue ahí cuando Aurora cortó con Gabriel, convirtiéndolo, de repente, en el hombre más pequeño sobre la faz de la tierra. Lo avisaron una y otra vez: nunca dejes que una persona se convierta en tu mundo, no dejes que sea la tierra sobre la que descansan tus pies, ni que sea el oxigeno que respiras. Ella se fue. De él no se supo nada más. Puede que un pájaro se lo llevara colgando de sus alas pensando que era una lombriz. Puede que cayera a la fuente y se ahogara. Puede que se convirtiera en un ser tan pequeño que llegó a desaparecer. Puede que solo existiera para amar a Aurora.

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