Era una tarde como cualquier otra, o eso pensaban los pobres incrédulos. Todo parecía normal, las palmeras hacían lo de siempre (es decir, nada), las terrazas empezaban a llenarse de los mismos guiris que acabarían igual de borrachos, la fuente no se había movido (y si lo había hecho, había vuelto a su postura inicial), y las sombras... ¡eso era! Algo pasaba con ellas. El primero en darse cuenta fue un francés, que vio cómo su sombra comenzaba a bailar La Macarena sin sentido alguno. Hizo algunos aspavientos por si conseguía controlarla de nuevo, pero no había manera. Entonces todas las demás comenzaron a moverse libremente, algunas parecían bailar el hula hoop, otras caminaban por las paredes, unas pocas se tiraban de los pelos en pleno ataque de histeria y otras decidieron sentarse y observar el espectáculo chinesco. ¡Eran libres! ¡LIBRES! Ya no eran esclavas, ni tenían que pasar desapercibidas ante las pisadas de la gente. Pero en medio de aquella euforia anárquica comenzaron a pegarse unas a otras, se escupían desquiciadas, se ahorcaban y se aniquilaban. Su propia libertad iba a ser su destrucción. Su condición y su naturaleza era obedecer a los cuerpos que las custodiaban, y sin ellos no podían ser sombras, ni serían nada. Las pocas supervivientes escaparon como pavos sin cabeza pudiendo salvar lo poco que quedaba de ellas. Y aunque nunca se supo nada más de su paradero, hay quien afirma haberlas visto vagar por la plaza entre las farolas, intentando encontrar su cuerpo.
19 de febrero de 2014
HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. SE BUSCA CUERPO
Era una tarde como cualquier otra, o eso pensaban los pobres incrédulos. Todo parecía normal, las palmeras hacían lo de siempre (es decir, nada), las terrazas empezaban a llenarse de los mismos guiris que acabarían igual de borrachos, la fuente no se había movido (y si lo había hecho, había vuelto a su postura inicial), y las sombras... ¡eso era! Algo pasaba con ellas. El primero en darse cuenta fue un francés, que vio cómo su sombra comenzaba a bailar La Macarena sin sentido alguno. Hizo algunos aspavientos por si conseguía controlarla de nuevo, pero no había manera. Entonces todas las demás comenzaron a moverse libremente, algunas parecían bailar el hula hoop, otras caminaban por las paredes, unas pocas se tiraban de los pelos en pleno ataque de histeria y otras decidieron sentarse y observar el espectáculo chinesco. ¡Eran libres! ¡LIBRES! Ya no eran esclavas, ni tenían que pasar desapercibidas ante las pisadas de la gente. Pero en medio de aquella euforia anárquica comenzaron a pegarse unas a otras, se escupían desquiciadas, se ahorcaban y se aniquilaban. Su propia libertad iba a ser su destrucción. Su condición y su naturaleza era obedecer a los cuerpos que las custodiaban, y sin ellos no podían ser sombras, ni serían nada. Las pocas supervivientes escaparon como pavos sin cabeza pudiendo salvar lo poco que quedaba de ellas. Y aunque nunca se supo nada más de su paradero, hay quien afirma haberlas visto vagar por la plaza entre las farolas, intentando encontrar su cuerpo.
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