13 de febrero de 2014

HISTORIAS IRREALES EN LA PLAZA REAL. LUCY


Lucy ya era mayor. Tenía más de diez años y cada mañana se paseaba sola por la ciudad. Era pelirroja y sus ojos eran color miel. En su casa le decían que tuviese cuidado, que no se acercara a desconocidos y sobre todo que no comiese nada que le ofrecieran por ahí. Tenía una elegancia innata caminando, y le encantaba asustar a las palomas. Se podía pasar horas sentada tomando el sol, hasta que los malditos turistas le quitaban su sitio y encima no la entendían cuando les reclamaba. Escuchaba de fondo a las gaviotas, que siempre intentaban robar algún bocadillo mochilero, y justo cuando la sombra de la palmera estaba a punto de tocar la fuente, sabía que era hora de volver a casa. Siempre se repetía la misma rutina, una y otra vez como el día de la Marmota. Pero Lucy siempre estaba contenta, le gustaba su ordenada vida, sin sorpresas y sin imprevistos. De hecho le ponían muy nerviosa las visitas de gente que no conocía. Aunque sin duda, el mejor momento del día era cuando regresaba a casa y le decían ‘Buena chica’, mientras le acariciaban detrás de la oreja. Era la mayor recompensa que podía recibir. Lo tenía todo, o por lo menos, todo lo que necesita un perro para ser feliz.

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