Aquí en La Casa algunos tuvimos que leer la biblia cuando éramos pequeños.
Y entre mucho dogma ininteligible, mucha profecía psicodélica y mucha filosofía "ojo por ojo" con la que no colmulgamos, en esas lecturas había también mucha buena enseñanza de sabiduría universal como la que ilustra el título de hoy, que viene a decir que cuando hagas algo bueno, no hace falta que el resto del mundo se entere de ello.
Pero incluso las buenas normas de la moral judeocristiana como ésta pueden tener puntos débiles: si no contamos las buenas cosas que hacemos, si no se las "vendemos" a otros, será más difícil que otros nos copien y continúen la cadena de favores.
Todo esto viene porque hoy donamos 50$ a un proyecto en Haití, que es un país bien jodido como nos contaron hace poco tanto Cri como Llibert que estuvieron allí.
El proyecto, llamado "Donate a Pig", vino a nosotros por casualidad y con ese nombre tan cerdo y tras leer quién y porqué se hacía, no pudimos resistirnos a participar.
Podríamos habérnoslo callado, pero hemos pensado que quizás el contarlo mueva a alguien que lo lea a hacer algo similar, en Haití o con la vecina de al lado.
En todo caso, sabemos que hacer cosas así no nos hace mejores ni peores, ni buenos ni malos. Los juicios morales no aplican aquí.
Creemos que la gente hacemos las cosas simplemente porque nos hacen sentir mejor o porque esperamos algún tipo de retorno de ellas, en lo material, en lo intelectual, en lo espiritual o en todo a la vez.
Nosotros, en este martes de vuelta al cole, por un rato hemos sentido que con un pequeño gesto como este podíamos cambiar el mundo. Una ilusión, es cierto, pero, ¿qué sería el día a día sin ilusiones?
(por cierto, el bueno de Bumburi parrafaseó la frase del evangelio que titula nuestro post en una canción suya)
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